
En el marco del ambicioso proyecto de Ciudad Satélite, un fraccionamiento de carácter residencial, encomendado al arquitecto Mario Pani al noreste de la ciudad de México, Luis Barragán, el año 1958, recibe de éste el encargo de realizar alguna fuente que sirviera de motivo distintivo de la entrada por la principal vía de acceso a la urbanización.
Para eso, este renombrado arquitecto mexicano proyectó junto al escultor Mathias Goeritz cinco torres de concreto, de planta triangular y diferentes colores y alturas (la más alta de 52 metros), con un carácter totalmente escultórico y la función primordial de que se pudieran destacar aún contemplados desde lo lejos y en movimiento.

Las cinco torres nacen verticales sobre una plaza ligeramente inclinada, prolongándose hacia lo alto a medida que el espectador se acerca. De esta manera se acentúa su verticalidad como agujas que se recortan en el cielo, pero con el contraste de su estriado horizontal que, además de una textura, le confieren cierta cualidad de fuerza en su percepción.

La obra es encarada como un experimento: una conjunción inseparable entre arquitectura y escultura. Barragán y Goeritz trabajan en un proyecto conceptual con unos enormes volúmenes ciegos, un ejercicio estético del paisaje contemplado (en movimiento) desde la carretera.

En 2008 fueron remozadas de nuevo por el Ayuntamiento de Naucalpan y donantes privados, retirando mediante disparos de espuma de poliuretano las capas de pintura anteriores y dándoles de nuevo sus colores originales. Además se instaló iluminación arquitectónica para destacar aún más estos hitos en Ciudad de México.

Las cinco torres nacen verticales sobre una plaza ligeramente inclinada, prolongándose hacia lo alto a medida que el espectador se acerca. De esta manera se acentúa su verticalidad como agujas que se recortan en el cielo, pero con el contraste de su estriado horizontal que, además de una textura, le confieren cierta cualidad de fuerza en su percepción.